En 2050 el mundo tendrá 10.000 millones de habitantes. Para entonces comeremos escarabajos, microproteínas derivadas de hongos o sustitutos de la carne elaborados por extrusión. En ese cuadro futurista en el que las esferificaciones con alginato serán prehistoria, muy posiblemente sacaremos alimentos de una impresora y nos daremos al dulce estimulados por el color rojo, pero también  dispondremos de envases inteligentes y nuevas técnicas de conservación que harán más seguro todo lo que comemos.

En ese escenario probable, cada año se producirán diez millones de muertes por la resistencia a los antibióticos. Las bacterias mutan por el mal uso que hacemos de los medicamentos y, por selección natural, se imponen a sus congéneres transformadas en súper bacterias. Si no lo remediamos con racionalidad, investigación y normativa, en unas décadas esta epidemia se cobrará más vidas que el cáncer. La ciencia lucha, por ejemplo, con el proyecto SWI, apodado en España ‘Micromundo’, que busca nuevas bacterias con las que generar nuevos medicamentos capaces de vencer esta resistencia.

A mediados del siglo XXI, los ciervos seguirán teniendo apéndices craneales, los rinocerontes queratina y las jirafas osiconos. Cuando uno sabe muchísimo de cuernos puede pasarse a la biomedicina e investigar cómo se puede reparar un sistema nervioso dañado. Porque los ciervos pierden las astas cada año y consiguen regenerar completamente un órgano que tiene hueso, cartílago, vasos, nervios y una cubierta llamada ‘terciopelo’. Crean un hueso que pesa un tercio de su peso completo sin problemas de osteoporosis a un ritmo de dos centímetros diarios en las especias más grandes. Quizás, para entonces, podamos confirmar que los axones crecen por estiramiento.

La inervación del asta durante el crecimiento es sensorial y está vinculada con el dolor, puesto que las fibras que inervan están relacionadas con el trigémino, un nervio craneal relacionado con las migrañas o la terrible ‘enfermedad suicida’. El dolor se define como “una experiencia sensorial y emocional desagradable”. Tiene tres componentes: el sensorial, el emocional y el cognitivo-evaluativo. El componente emocional tiene mucha importancia y es que nuestro estado de ánimo afecta a nuestra percepción del dolor, al igual que influyen las creencias y los pensamientos. El mejor placebo es la cirugía y el peor nocebo la sala de espera.

 

Con la vista puesta más allá de 2050, un equipo multidisciplinar desarrolla el proyecto ByAxon, cuyo objetivo es desarrollar un bypass activo basado en nanotecnología para reconectar neuronas en el nivel de la médula espinal. Para superar los inconvenientes actuales de la interconexión neuronal, un consorcio europeo trabaja con materiales nanoestructurados para desarrollar sensores magnéticos de alta resolución basados en magnetorresistencia a temperatura ambiente. Buscan un ‘cortocircuito’ que combina detección magnética y estimulación eléctrica y que permitirá recuperar movilidad y sensibilidad mejorando la vida de las personas con lesión medular.

Tecnología al servicio de la medicina… o de las comunicaciones. Sin el salto de frecuencia ideado por Hedy Lamarr y George Antheuil para guiar sin interferencias los torpedos aliados a través del espectro ensanchado es posible que no tuviéramos Wifi o Bluetooth. Debemos nuestros dispositivos inalámbricos actuales a la genialidad de una actriz de Hollywood cuya patente fue expoliada, que solo obtuvo reconocimiento como inventora al final de su vida y que también protagonizó ‘Sansón y Dalila’, la película más exitosa de la década de los 40 después de ‘Lo que el viento se llevó’.

Así fue PInt of Science 2019 en Toledo, un menú sazonado con conocimiento, creatividad y pericia , cocinado por Susana Seseña Prieto (Universidad de Castilla-La Mancha), Manuela Fernández Álvarez (Universidad Complutense de Madrid), Manuel Nieto Díaz (Hospital Nacional de Parapléjicos), Juan Avendaño-Coy (Universidad de Castilla-La Mancha), Lucas Pérez (IMDEA Nanociencia) y César Sánchez Meléndez (Universidad de Castilla-La Mancha) y servido en lengua de signos por Ana María Manzano Garvia.

Frente a ellos, mucha curiosidad y avidez por la cultura científica en los cerca de 300 ‘comensales’ que a lo largo de las tres sesiones abarrotaron la terraza Recaredo, la sala Los Clásicos y Buca Bar.