De aderezos e ingestas, porque así es como la mayoría de los venenos han alcanzado su objetivo en la historia, el cine o la literatura, iba el menú servido por la catedrática de Química Inorgánica de la Universidad de Sevilla Adela Muñoz Páez en la Biblioteca de Castilla-La Mancha, con motivo del ciclo Maridajes Cuánticos y en el marco del festival de novela negra Mazapanoir.

Los venenos conectan con los instintos más primarios: el amor, el odio y todas sus pasiones, y por eso han exaltado conciencias e imaginaciones dando lugar a importantes creaciones artísticas y también a las más rocambolescas historias del noticiero. Al fin y al cabo, quién no se ha planteado en los últimos veinte siglos librarse de un cónyuge molesto o apartar a algún mandamás que entorpece el acceso de un vástago a la corona.

La charla ‘Arsénico por compasión’, con título inspirado en la célebre película de Frank Capra interpretada por Cary Grant, enseñó que nada escapa a los sagaces ojos del Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses. Si alguno de los más de cien asistentes acudió en busca de la fórmula magistral para el crimen perfecto, probablemente ahora estará asumiendo y aceptando.

El arsénico (As) es el rey de los venenos, lo llevamos en el cuerpo, aunque no conozcamos su función biológica, y en pequeñas dosis es tolerable. Tanto que hasta se ha usado como tónico y medicamento. Tanto, que existen comedores de arsénico en los Alpes Estireos. Y tanto que el mismo Charles Darwin consumía habitualmente la disolución Flower para controlar el temblor de manos. Para todo lo contrario se ha utilizado desde Locusta, la envenenadora de Nerón. Era el componente principal de la cantarella de los Borgia, de los filtros de amor que circulaban en la corte del Rey Sol o de la solidaria y feminista acqua toffana siciliana, cuyo rastro llega Rociana (Andorra) bien avanzado el siglo XX.

Las habilidades de los asesinos del arsénico, descritas minuciosamente por Agatha Christie en muchas de sus novelas, sufrieron su primer gran revés con las pesquisas de Mateo Orfila, padre de toxicología, que halló la manera de detectar sus trazas en las vísceras de los cadáveres. La autora británica conocía también otros venenos como el talio (Tl), y gracias a su novela The pale horse en un hospital londinense pudieron reconocer sus efectos y aplicar el antídoto, azul de Prusia, salvando la vida de dos personas.

Además de venenos famosos, Adela Muñoz habló de envenenados famosos, como Isaac Newton, que acusó en su vejez los síntomas del envenenamiento por mercurio (Hg); Alan Turing, que pereció tras autosuministrarse una manzana emponzoñada con cianuro potásico o Alexandr Litvinenko, fallecido a causa de la ingestión de polonio (Po) con un coste estimado de varios millones de dólares, puesto que tuvo que sintetizarse en un reactor nuclear. La actuación de este elemento, descubierto y bautizado por Marie Curie en honor a su país de origen, planea sobre la muerte de Yaser Arafat, cuyo supuesto envenenamiento nunca podrá probarse debido a que el polonio se desintegra en 138 días. El cadáver del dirigente palestino, fallecido en 2004, no fue exhumado hasta 2012.