Alicia y Gulliver, literatura y nanociencia, física y química, Rubén Caballero y Gabriel Rodríguez. Hasta cuatro maridajes, o puede que alguno más,  en nuestra tercera visita a los salones de la Biblioteca de Castilla-La Mancha, superando el ecuador de la programación.

Para ir abriendo boca, referencias cercanas como la altura de un adulto (10⁰ = 1 m) el tamaño de una pieza de mazapán toledano (10⁻²=0,01 m) o la longitud del lado del edificio del Alcázar (10² = 100 m). Y después, una degustación de escalas en el ir y venir desde las partículas subatómicas a los confines del Universo conocido.

El ojo, ese instrumento poderoso que tenemos para ver, solo abarca una amplitud de magnitudes que podemos superar, hacia arriba o hacia abajo, gracias a la tecnología. Por debajo de una minúscula gota de sangre (10⁻³ m) podemos “trampear” enfocando y descender a simple vista una sola magnitud. Aún más abajo se precisa la óptica para detectar el grosor de un hilo de seda (su autentificación dio origen, precisamente, a la invención del microscopio) o una célula, cuyo tamaño es una millonésima parte de un metro (10⁻⁶ m = µ).

Cuando Gulliver, un señor muy grande y muy mandón,  envía a la disciplinada Alicia todavía más abajo aparecen los cromosomas (10⁻⁷ m) y, recurriendo al microscopio electrónico, escala nanométrica (10⁻⁹ m), donde se sitúan la molécula de ADN, el grafeno, los fullerenos y los nanotubos de carbono. Referencia inmediata: el diámetro de la Tierra es cien millones de veces más grande que una pelota de tenis, y una pelota de tenis es cien millones de veces más grande que un fullereno.

Alicia sigue bajando y encuentra átomos (10⁻¹⁰m), una escala en la que los materiales agudizan precisión, reproducibilidad y dureza, entre otras propiedades. Otra referencia amiga: un alfiler (0,003 m de diámetro) pinchado en el centro de la plaza de toros de Toledo (91 m de diámetro) es una metáfora de un átomo de hidrógeno. La cabeza del alfiler emularía el núcleo atómico (10⁻¹⁵ m), mientras que los electrones (10⁻²⁰ m) andarían pululando por las gradas.

En este nivel de magnitud, Alicia encuentra también los famosos muones (de actualidad tras haber hecho posible la detección de una nueva cámara mortuoria en la pirámide de Keops) y bosones, como el de Higgs, o los neutrinos (10⁻²³ m), con los que acaba el descenso y que para el común de los mortales no representan casi nada.

Y a los postres, vertiginoso y vertical ascenso hacia las nubes (10⁴ m) o a las auroras boreales (10⁵), el diámetro de la Tierra (10⁷ m) o el del sol (10⁹ m), la amplitud del sistema solar en los límites alcanzados por las sondas espaciales (10¹³ m), la distancia hasta Orión (10¹⁷ m = 12 años luz), el tamaño de la Vía Láctea (10²¹ m) o los confines del Universo conocido (10²⁶ m).

Una última referencia conocida: en tamaño somos al sol lo que una nanocosa es a nosotros. Este maridaje cuántico ha tenido efectos de carta líquida: el vértigo que produce el salto del neutrino a la última frontera. O saber que estos límites todavía se pueden traspasar.