En el mundo que habitamos ya son posibles el trigo sin gluten, los tomates picantes, los cerdos libres de virus y ovejas que producen a la vez buena carne y buena lana. También hemos perdido el miedo a la picadura letal de la avispa de mar y somos capaces de ‘desextinguir’ el mamut lanudo, una especie que pobló Siberia y América del Norte hace 4 000 años.

Debemos estos logros a las herramientas CRISPR/Cas, de fundamento puramente español y alicantino, tal y como puso de manifiesto el investigador del Centro Nacional de Biotecnología (CNB-CSIC) Lluís Montoliu en su visita a la Biblioteca de Castilla-La Mancha para participar en la tercera edición de Maridajes Cuánticos. Las salinas de Santa Pola y la curiosidad de Francis Mojica por las arqueas están en la base de esta “revolución en Biología”, de esta herramienta “con potencia nunca vista”. 

Mojica se interesó por los singulares patrones de repetición que aparecían en el ADN de estos microorganismos parientes de las bacterias y descubrió que incorporaban en su genoma fragmentos de virus que previamente las habían infectado, disponiendo así de un “sistema inmunológico estupendo de base genética” que iban transmitiendo a su descendencia. El científico alicantino los bautizó CRISPR por las siglas en inglés de “repeticiones palindrómicas y regularmente espaciadas”.

Veinte años después, gracias a las aportaciones de Jennifer Doudna y Emmanuelle Charpentier, estas herramientas comenzaron a usarse en edición genética, abriendo vías de esperanza en la terapia génica y tratamiento de enfermedades.    

En 2019, sabemos que CRISPR/Cas sirve para mutar un gen, corregir una mutación, editar un gen, marcarlo, eliminar o añadir un fragmento nuevo, activarlo o silenciarlo… mediante la sencilla técnica de cortar/pegar que usa un editor de textos. Sin embargo, no está disponible “porque no controlamos la función pegar”. La reparación de un gen, después de haberlo cortado, “progresa al azar” y, en este sentido, “es ilegal, innecesario e imprudente” aplicar esta tecnología en embriones humanos.

Los 26 años de historia de CRISPR también reivindican “la belleza” de la investigación básica, que “satisface la curiosidad y ayuda a entender el mundo”.  Al igual que sucedió con las investigaciones de Mojica en el medio salino, “en unos años vendrán investigadores que leerán nuestros descubrimientos desde otro punto de vista”.