En la noche del equinoccio, ante medio millar de comensales, servimos la cena en Totanés (Toledo), de la mano de nuestra división de Arqueología (Cota 667), convocados por el Ayuntamiento y acompañados por el consejero de Educación, Cultura y Deporte de Castilla-La Mancha, Ángel Felpeto. En los fogones, los chefs Pereira, García y Pérez Verde, que prepararon con esmero un menú degustación integrado por dos platos y un postre.
Como entrante, el arqueólogo y prehistoriador Juan Pereira explicó que la palabra ‘crómlech’ procede del bretón y del galés y significa ‘corona de piedra’ o ‘piedras que forman un círculo’. La más conocida de este tipo de construcciones megalíticas es Stonehenge, en el sur de Inglaterra. En la Península Ibérica, hasta este verano, se conocían algunos en Pirineos, uno en Guipúzcoa y el más llamativo y monumental ubicado en Los Almendros, muy cerca de Évora (Portugal).
Son construcciones de uso funerario y ceremonial, fechadas entre el cuarto y el tercer milenio a. C. “Un crómlech consiste básicamente en una serie de grandes losas, por lo general de granito que se colocan verticalmente formando un círculo cuyo perímetro delimitan de manera más o menos cerrada”, dijo el chef.
Los monumentos megalíticos (crómlech, dólmenes y menhires) son resultado de una actividad colectiva y precisan gran inversión de mano de obra y horas de trabajo. Generalmente se le atribuye función ceremonial, aunque en algunos casos se han encontrado evidencias de su uso interior como zona de enterramientos.
En la actualidad, y gracias al desarrollo del arqueoastronomía, se está comprobando que estos monumentos y otros posteriores fueron construidos tomando como referencia diferentes tipos de orientación astronómica, fundamentalmente las posiciones del sol durante los equinoccios y los solsticios. “Esta línea de investigación propone como explicación de su funcionalidad su uso como calendario que marcaría las distintas etapas de la explotación de los recursos agrícolas y ganaderos”, dijo Pereira.
En perfecto maridaje con la disertación arqueológica, el ingeniero forestal y doctor en Medio Ambiente Enrique García Gómez ofreció algunas explicaciones sobre el emplazamiento del conjunto en un paisaje en berrocal, definido por moles de granito que afloran en superficie como consecuencia de la erosión del terreno. “Un territorio que no ha sido roturado para cultivar cereales o leguminosas, lo que ha permitido la pervivencia del bosque tradicional”, según el chef. El encinar ha resurgido una vez que se abandona el uso del monte como fuente de energía principal, al ser sustituida la madera por la electricidad o los hidrocarburos en la generación de luz y de calor.
Y a los postres, el ingeniero en Telecomunicaciones, divulgador científico y especialista en astronomía, Antonio Pérez Verde, confirmó que el posible crómlech de Totanés, con una disposición en óvalo, prácticamente circular, se debe a la mano del hombre, tal y como confirma la alineación astronómicas que observamos a la caída del sol el día del equinoccio de otoño. Tanto la equinoccial (septiembre y marzo), como los indicios de alineaciones en los dos días de solsticios (diciembre y junio) “apoyan la idea de que esta construcción pudo servir de calendario no solo de cosechas, sino también de festejos”.
Una vez documentado el conjunto es preciso excavar “con cautela”, recoger todo el sedimento, cribar y recuperar semillas y pólenes que ayuden a reconstruir el paisaje. Y apoyarse en la física, la botánica, la química, la astronomía y otras disciplinas científicas para datarlo y arrancarle todos sus secretos. Nuestros chefs no abandonan las cocinas.
Trackbacks/Pingbacks